29 julio 2007

Sábado

Un hombre acosado por su soledad nos regala su mañana y al irse apresurado por la plaza que es ya un horno rojo nos deja flotando en el aire un aroma de tristeza injusta. Seguimos luchando, esta vez contra el bandidaje de las tallas y los precios, tras la trinchera de unas lámparas de tela negra que no dejan pasar la luz ni la inteligencia.
Buceo en una escena hiperrealista. El índice de refracción del agua obvia mi miopía y me regala un espectáculo único: mis hijos nadando bajo el sol de julio, como dos nutrias felices y despreocupadas. El agua amortigua el sonido y nos aisla del resto del mundo. Gafas azules con goma verde y gafas verdes con goma azul. Un bañador de cuadros y otro con fresas frescas. Al fondo, un panorama casi agostado con un horizonte verde y calizo.
Hablo con Andrés y su voz me deja un poso inefable sobre lo que vendrá. Hay promesas de libros y también recuerdos de vuelos rasantes sobre la ría de Vigo y, sobre todo, una expectativa de reencuentros.