25 julio 2007

Insomnio

El iPod, versión pigmea, es mi refugio mientras derrocho mi cansancio girando en la cama durante horas. Una colección impagable de artistas atiende mi duermevela con sus mejores obras: Johnny Cash, Bruno Colais, The Smiths, Paul Weller, Kanye West, Pedro Burruezo y la Bohemia Camerata, Michael Nyman, U2, Trevor Jones, Mary Gauthier, Dave Stewart, The Waterboys, Neil Young y muchos otros. Los de siempre. Nunca me fallaron y a estas alturas creo que ya no lo harán. La habitación resplandece con la lucecita del iPod, el parpadeo del teléfono, los segmentos de los despertadores. La miopía reduce todo a un extraño resplandor. Hundido en la música trazo planes que nunca se ejecutarán, diseño jornadas que no existirán, construyo frases que nunca diré. Paso el rastrillo por la escombrera de los recuerdos y nado en una torrentera de tristeza. Recorro a toda velocidad, como un condenado a muerte, el inventario de los errores y de los aciertos, la lista de las inquietudes satisfechas y de las pendientes y encuentro, al final, una señal de tráfico que me dice que en unos en días caeré por una catarata de melancolía. En ese espectáculo de la memoria me veo nadando con dos niños abrazados a mi cuello, quizá sólo uno; ahora derrochan energía por esos mundos de Dios y del Diablo, desparramando genio, tatuajes y pañuelos en el bolsillo de la americana. Un asidero al mundo feliz del pasado, una palanca para plantarle cara al mundo incierto del futuro.
Hace horas regalé mi sueño a un niño que me pedía cuéntame algo de cuando eras pequeño, papá y a una niña que se retorcía mimosa abrazada a un blando leopardo. Después estuve asomado a la televisión, que es una ventana abierta a un mundo falso donde delincuentes y policías cumplen con un canon imposible para los que vivimos a este lado del televisor. Más tarde, el telón cayó sobre la mirada oceánica, dejándome sólo con un arma de color azul y auriculares grises. Busco aire y lo encuentro en las respiraciones de mis hijos. Necesito luz pero me asusta el fogonazo de la pantalla del ordenador. Quiero hablar pero Harlem está más lejos que nunca.
Una vuelta más, son las cuatro de la madrugada, ya queda menos.