La espera
El tiempo se escurre como un fango espeso y negro. Con un pie en el suelo aseguramos la pértiga que detendrá a los caballos que cargan contra nosotros. Los jinetes de la enfermedad y la muerte galopan confiados y arrogantes, pero desconocen la fuerza del linaje de mi pueblo. Los armazones que sujetan nuestro espíritu dan la vuelta al mundo y enlazan Harlem con Boadilla del Monte, pasando por Oviedo, Madrid, Pola de Lena, Villaviciosa, Gijón, Valladolid y tantos otros refugios. Un ejército invisible de afectos, miradas y manos calientes empuja mi ánimo a su posición en la primera fila del combate de la vida. Cierro los ojos y aún así sigo viéndolos a todos, comprensivos, amables y fieles. No hay tregua, pero tampoco soledad. No hay piedad, pero no falta el cariño. Hace frío, pero las casas están caldeadas y dispuestas para acogernos e inundarnos en consuelo.
Seguimos esperando, acompañados, tranquilos.
Seguimos esperando, acompañados, tranquilos.
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