12 mayo 2006

Ponferrada

Viajo al Bierzo. El falso prado eructa páramos blancos y se rinde en cuanto aparecen las tierras rojas de arcilla y pimentón. Corono el Manzanal y las casas se esconden bajo la pizarra y las colinas y montañas esconden vergonzosas esas heridas llamadas escombreras, cielos abiertos, ruina monti. Un viaje es un recorrido por el interior de la memoria, por las estanterías polvorientas de los recuerdos, las evocaciones de olores y sabores. Los kilómetros se disuelven en flashbacks incontrolables, y el proyectista del cine del pasado se acoge al montaje aleatorio de Kitano, me sirve una obra a medida, repleta de paranoias y rincones oscuros. Así me bajo del coche casi aturdido, y casi feliz.
Un hombre recio me tiende su mano de cuatro dedos y me explica los entresijos del negocio entre chanzas y miradas de zorro. Comemos en un patio húmedo, con mantel blanco de hilo, atendidos por una casera disfrazada de heredera o de especialista en playas o en hijas o en joyas o en todo a la vez. La charla es una conferencia gratis que agradezco como no pueden imaginar.
Bruce me acompaña ida y vuelta, desparramando oficio con el soporte inestimable de los folkmen auténticos que cantaron en los días en que las uvas rezumaban ira.
En Fort Apache, el cuarto de estar es un cine. Me siento como en Gobernación. Un sendero que nace con el cine a lado de Macombo y que termina con la pantalla en casa.