15 abril 2006

Semana Santa

Innisfree abre la delegación de Canuto Hevia-6 y encaminamos los pasos con las mochilas a los hombros y el ánimo asustado por los reencuentros que vendrán.
Un anhelo de sidra y la magia nos cita por SMS en Villaviciosa. Grandísima castaña por gentileza de Cortina&Jameson. Mensajes que van y vienen de Nueva York, donde también tenemos delegación, en la 74W, junto a Central Park. JP nos abre las puertas de su nueva vida y lo celebramos jubilosos, a caballo entre la emoción y las sonrisas a media asta. Con el cementerio de marisco por delante, JP encara el futuro con el debe consolidado y una muchacha de rizos que lo viste como un pincel. Más que me alegro. En casa de Cortina y con la ayuda posterior de Jameson me preparo un desarreglo gástrico de dimensiones cósmicas que sólo repara una siesta a deshora y un chamucu de los que hacen época.
Salgo a la calle camino de la estación y noto una sonrisa satisfecha desde el trono de granito gris, vuelvo rápido la vista y un destello de sol me deslumbra y me acompaña cálido hasta casa de Juanfer. El primo mítico que fue sueño justiciero de nuestra infancia y que ahora pasea por este y otros diarios con las sienes escarchadas y hambre de literatura y vida. Camina por la Historia con un blog en el bolsillo mientras su pudor nos hurta la experiencia. Cada día visita a su padre, el hermano de la abuela María Flor que surcó los cielos, y que ahora me saluda en azul con la mirada amable y los sueños rotos. Una tarde de libros, experiencias, radiadores y aviones nos lleva en un volapié de vértigo a la procesión más rápida que este diarista ha conocido en los días de su vida.
Por la noche, Pepe, la voz de trueno que lucha incansable contra todo tipo de demonios, hermano pequeño del capitán Blanco, nos hace entrega, con sus manos sarmentosas, de las fotografías de la épica excursión al puerto de Hueria, aquella del revuelto agosto de mil novecientos treinta y cuatro. Observo mudo la imagen de mi abuelo, radiante, fuerte, feliz, con sus veinte años inmaculados, contando los días para aquel de agosto de mil novecientos cuarenta y dos cuando todo esto empezó. Trasnochamos con mi prima del alma y su marido y al volver a casa, como casi siempre, me tropiezo en la cocina con mi abuela tricotando en el rosario los rezos que cree imprescindibles para que podamos aguantar el oleaje de la Historia, la de la hache mayúscula. Aquí un día se festeja la proclamación de la Segunda República y al siguiente evocamos a Valeriana, la bisabuela legendaria, así, sin un respiro. Con el corazón encogido me acuesto abrazado a la muchacha de mirada oceánica y doy gracias por ser quien soy y de donde vengo. Por el linaje de mi pueblo.
En Asturias está la Historia de España, grabada en cada piedra, en cada madre, en cada libro. Regreso con una voltereta de recuerdos en las costillas que me deja doloridas las costuras. Navegamos por un martirio de imágenes, de chispas, de fotos, de abrazos, de preguntas, de comidas. Los protagonistas se comban al paso de los días y apuntan en la contabilidad de la vida todos los momentos que aportan valor a unas existencias plenas, honradas, sufridas a cada paso.
En el coche, de regreso a Fort Apache, atravieso el arco iris mientras los míos suspiran una siesta apresurada.