27 abril 2006

La maleta

La maleta de los recuerdos viaja con las costuras muriéndose de risa. Unos en sepia, otros en blanco y negro, los más en color, como el de aquel niño que jugaba al fútbol, con su padre, con un balón amarillo, quizá la única vez, protegido del frío con una cazadora azul con bordes blancos.
Las fotografías mil veces vistas y los relatos tantas veces contados se incorporan a la maleta como si el cerebro nos los hubiera reservado para siempre, vividos dos veces. Aquel beso lamido y relamido que pasamos una y otra vez por el diván de nuestras satisfacciones. No importa si son recuerdos de reestreno o en primicia, hay que acomodarlos en la maleta sin que se doblen, sin que se les salte la pintura o cambie el tono de sus tañidos, que sean para siempre perfectos.
Noto un pecho fuerte contra el que me abrazo, a mucha altura del suelo, en una oscuridad caliente, como de lana. Un brazo hercúleo sujeta a un pequeño que soy yo, Sánchez Bolín, y una voz paciente, ya saben, del capitán Blanco, que murió coronel, me arrulla incansablemente, como un derviche giróvago, abrigándome con todo el tesón del mundo, me dice que Tengo de ir a les fiestes de San Roque, manín del alma, una y otra vez, y el verso quedó guardado para siempre en la maleta.