30 diciembre 2005

Sabores

Sabores que evocan amigos.

Estos días rematamos un paté elaborado sólo con carro de centollo, de la cetárea del Rinconín. Regalo de dos buenos amigos, Rodolfo y Julián, a los que visité en febrero. Me agasajaron como si fuera lo último que tenían por hacer en esta vida. Ambos son ya abuelos. Trasmitirán seguro los valores del respeto al prójimo, del amor a su tierra y a su mar, de la asturianía cachonda, de la conversación tranquila, de la juerga sentida, de los consejos graves, del trabajo serio, de la observación serena de un entorno poblado de alimañas pero también pleno de oportunidades para disfrutar y ser felices. Les deseo sus deseos. Con un whisky de reglamento. Pedrín, pide, J&B, vaso bajo, muchísimos hielos y una cocacola aparte.

En aquel mes de febrero, aún con esperanzas, hicimos un recorrido fragante de cara al mar, desde el bugre mastodóntico de Ataulfo hasta la copa nerviosa con el Pelayu, en el bar de la rula de Gijón. Pasamos por una discusión sobre quisquillas zanjada por el ojo de arpón de Rodolfo, recogimos centollos, más quisquillas y el paté en la cetárea del Rinconín, ahora transplantada al Musel, cazamos bolsas de mejillones con Rodolfo como un Neptuno con mofletes a punto de estallar, y encontramos un tesoro en el bañal de Juan Carlos, el Pelayu, máscarón de proa, crujiente en sol, de un oficio que ya se muere.

Trasegamos libros y mariscos en el maletero de mi coche, y con el alma encogida, de noche, regresé a casa, más Fort Apache que nunca.