En tiempo real
Paseamos la que mira desde el océano y yo con los herederos por una ciudad radiografiada por una blanca luz de hielo, la que cura los jamones y encoge las ganas de recorrerla. Queda para los valientes como nosotros.
La nena, toda en verde y pana, camina con paso firme y dos estrellones de frutas del bosque en las mejillas, sin parar de decirme cuanto me quiere. En unos años le dará repelús caminar por la calle con el primo castellano de los Soprano. Esto ya no me la sopla. Tendré que comprarme otro chándal.
El heredero apareció como un San Sebastián tras la visita al ambulatorio, espantando a golpe de hipodérmica las enfermedades que ya no lo vencerán. Un helicóptero apagafuegos apagó el fuego que le quema el hombro. Monta el artefacto con sus manos blancas, limpias, de palmas tan arrugadas como la mías, las de Mariaflorina y las del capitán Blanco, que murió coronel.
Se barrunta Traspinedazo.
Todas las redes de telecomunicaciones se ponen a nuestro servicio para urdir un viaje desde el sarmiento en brasas hasta el cuenco de barro repleto de lechazo crujiente. Las respuestas croan rápidas desde mi teléfono móvil, aullidos ensalibados pensando en el jueves, en el placer de la conversación, de la ensalada, de la sopa para los que no piensan morirse nunca y para los que nos importa un huevo, lechazo para todos.
Nosotros, de Purísima y oro y señora, el obrero del blog y la novia de Drácula, el trío de Medina del Campo, todos. El de Cuenca no contesta.
Leo a Julio, mi Johnny Cash con tupé de rizos. La muerte de Lee Marvin nos deja huella. Es el cine de verdad, el que no hace trampas, el que te deja entrar para luego sorprenderte con un portazo en la conciencia y
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