24 septiembre 2012

Lunes




No escucho la radio y así esquivo el miedo que vomita a las horas en punto. Da igual, acabará llegando por teléfono. Concreto, macizo, inoxidable. Las conversaciones del desgarro, entre los chirridos del rodillo implacable. Llovió ayer entre bramidos del viento y grisura desbordada. Después salió el sol y hubo un cielo de John Ford, puede que dos. Hoy busqué otro cielo entre polígonos, rondas y rotondas. Escribí cien mensajes sin pulsar una tecla. De nuevo el teléfono y sus miedos negros que no me asustan, solamente me encogen un poco más. Ví a mis hijos juntos, solidarios y juguetones. Los pesares de los hijos, esas pirámides que transportar. Volvimos al fuerte. Cociné y comimos. Leí unas líneas y bajé el río hasta cerca de Iquitos. Hice cien viajes sin moverme de casa. 
Me meto en el cochecito azul, entro en el Massey Hall, recorro la ciudad gris. He llegado a ninguna parte, como todas las tardes.