18 septiembre 2012

Fiebre




Estuve corriendo. Llegué a casa. Tenía fiebre. Me acosté pronto, con el iPod y eso.
Dicen que no hagas la compra con hambre, añado que con sed tampoco. Y mucho menos escribas con fiebre. Te encontrarás ante una catarata de lirismo, pesadillas y cartas de despedida. Arrastrado por un huracán de sudor y pálpitos me vi en Lindes trazando un final. Entre música, humo y un atardecer brusco y violeta. Luego llegaron las playas, la arena, el ronroneo del mar, qué mar, qué importa. Golas de espuma en mi cuello, látigos de sal, arena caliente y amable. Estuve en el congreso de mis frustraciones, en el museo de mis fracasos, en la ensenada que abriga mis ilusiones. Alentado por la extraña energía de la fiebre busqué caras, escarbé abrazos, arrojé libros que nunca leeré. Y en un bosque tremendo, ante el espectáculo de las estrellas que asomaban en el claro, mis codos buscaron otros codos con los que chocar; en el fulgor de la aurora boreal que ilustra discos recorrí la llanura helada suspirando por el refugio cálido; corrí de nuevo por la pista que lleva al desfiladero de la emoción buscando, buscando y buscando.
No había nadie más. Estábamos solos mi fiebre y yo.