08 junio 2009

American Madness. La creación de Darkness on the edge of town (2.009)

El sábado asistimos a una misa pagana oficiada por los mediums de A3tv. Acudimos dos veces a bebernos los vientos que soplan desde Harlem, a fotografiar el momento de la gloria bendita, a ver a Julio caminando apresurado delante del Stone Pony Club, con ese librazo en las manos.
Sí, es verdad, fué la hostia.

Viví en American Madness. La prosa de Julio iluminó mis días mientras el iPod escupía una vez tras otra Badlands / Adam Raised a Cain / Something in the Night / Candy's Room / Racing in the Street / The Promised Land / Factory / Streets of Fire / Prove It All Night / Darkness on the Edge of Town. Recargué con los cuatros discos de Tracks, todo es poco.

En el coche gris, hura para estas jornadas de plomo, resuenan las canciones que espolean el talento de un muchacho de Valladolid, mi primo Julio, mi hermano. Aparezco en la dedicatoria, encima de su señora y debajo de su madre, y digo aquí que nunca estuve mejor colocado.

Julio se zambulló en el universo Bruce con un chaleco HD y dinamita para desayunar. Hace un número suficiente de años debutamos en El Molinón tras el despistaje inicial con los Dire Straits. En una tormenta de surrealismo y nervios nos cayó un aria de ópera entre cafés con pastas y la urgencia blasfema de perdernos nuestro primer concierto de Bruce. Julio reincidirá con los años y acaba de regalarnos un libro sobre el canon del rock. A su vez, el libro está en el canon de los libros sobre rock. Y sobre la vida misma.

Julio buceó con el oxígeno conectado a Freehold, masticó toneladas de libros, devoró un bootleg tras otro, persiguió con la inocencia del santo a los biógrafos, los managers, los fotógrafos y los entusiastas del llamado Boss. Y sumergido con sus gafas de lente de lágrima y unas notas al pie que decidieron ser libres, alcanzó el tuétano de una obra ahora definitivamente consagrada. Gracias al libro de Julio.


Y gracias a Julio por el rocanrol y las risas.
Y por tantas cosas.

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