Sánchez Bolín en Chile
Viajé veintidós horas, volé sobre los Andes y llegué a Santiago. Dormí en un sillón de barbero y comprendí la majestuosidad de la geografía andina. Vimos la cuadrícula descomunal de Buenos Aires y a un vendedor de tarjetas telefónicas que desparramó desprecio explicando el producto sin levantar la vista del periódico.
Conversé con un uruguayo, con un argentino, con un mejicano y por supuesto con chilenos. Diferencias en los usos y en los gustos, sin pasar nunca la raya que fija la calidad de las personas. Viajar ventila prejuicios y oxigena conciencias. Los taxistas chilenos se pierden como los demás pero no lo ocultan y aún menos tratan de engañarte.
Vuelvo a Richard Ford a por La última oportunidad. No escucho música, respiro otro hablar y pido comida sin saber qué es. Locos, crudo, chauchas, el omnipresente waygu, pernil y la cerveza salvadora.
Entramos en una farmacia a comprar maquinillas de afeitar mientras las pantallas de plasma escupen la verdad de la competencia bajo la especie del cártel. Saqueadores en cada esquina para un país que dice vivimos en las farmacias. Otro cártel arrasa Ciudad Juárez y el mejicano dice que las balas sólo encuentran gángsters y policías mientras el resto sigue su vida con normalidad. Esperamos taxis y nos conferenciamos sobre el subcomandante Marcos, ese prodigio mediático que no tiene rostro, el Señor de los Espejos que dibujó MVM.
Recibo mensajes que no le encuentran explicación al vacío. El vacío no se puede explicar, hay que rellenarlo, hay que inundar su hueco cósmico. No sé hacerlo ni si lo haré. Me queda esperar a que salga el sol a la hora que marca Mainflingen, dejarte un beso en la mejilla y salir a buscar contigo la luz que ahogue esta oscuridad que grita.
Conversé con un uruguayo, con un argentino, con un mejicano y por supuesto con chilenos. Diferencias en los usos y en los gustos, sin pasar nunca la raya que fija la calidad de las personas. Viajar ventila prejuicios y oxigena conciencias. Los taxistas chilenos se pierden como los demás pero no lo ocultan y aún menos tratan de engañarte.
Vuelvo a Richard Ford a por La última oportunidad. No escucho música, respiro otro hablar y pido comida sin saber qué es. Locos, crudo, chauchas, el omnipresente waygu, pernil y la cerveza salvadora.
Entramos en una farmacia a comprar maquinillas de afeitar mientras las pantallas de plasma escupen la verdad de la competencia bajo la especie del cártel. Saqueadores en cada esquina para un país que dice vivimos en las farmacias. Otro cártel arrasa Ciudad Juárez y el mejicano dice que las balas sólo encuentran gángsters y policías mientras el resto sigue su vida con normalidad. Esperamos taxis y nos conferenciamos sobre el subcomandante Marcos, ese prodigio mediático que no tiene rostro, el Señor de los Espejos que dibujó MVM.
Recibo mensajes que no le encuentran explicación al vacío. El vacío no se puede explicar, hay que rellenarlo, hay que inundar su hueco cósmico. No sé hacerlo ni si lo haré. Me queda esperar a que salga el sol a la hora que marca Mainflingen, dejarte un beso en la mejilla y salir a buscar contigo la luz que ahogue esta oscuridad que grita.
<< Home