19 noviembre 2008

Otoño

La memoria del otoño es las castañas voladoras, los montones de hojas de falso arce, los verdugos acalorando las cabezas. Una pesadumbre de abrigos y calefacciones estrujando la perspectiva de un curso escolar sin fin.
En la era colegial escribíamos en los cristales empañados del autobús, esquivábamos las castañas que rasgaban el aire, jugábamos al fútbol con los balones sucios y aún quedaba disfrute en el olor de los libros recién estrenados. La liturgia de la caligrafía paterna como acto fundacional de una nueva epopeya por la E.G.B. o el Bachillerato.

Años más tarde los otoños arrancaban en les Feries, con su aroma de sidra dulce y las resacas amontonadas para el viaje de vuelta. Un respiradero en Navidades con la congoja de febrero y su vía crucis de exámenes. El sol del verano, una lista de aprobados con más ausentes que otra cosa y la bolsa granate repleta de libros camino de Canuto.
El verano empieza con un cumpleaños y el otoño con otro. Tenemos que averiguar dónde termina.