El país de los ojos azules
Pasamos estos días con la mirada en los ojos azules de dos niños y de sus padres. Con un jardín de palmeras y naranjos enfrente de casa y unas adolescentes pirómanas bajo un columpio. Las niñas de ahora no quieren ser princesas, les basta imitar pobremente a falsas cantantes, modelos de la nada, actrices de rajo inextricable y busto de campeonato.
Buscamos un charco azul como un ojo enorme que mira al cielo entre los farallones de color naranja que nacen bajo un castillo. Recojo una fotografía preciosa llena de madres e hijos, de pañales y juguetes, en la dulce sombra de un jueves de noviembre. Batimos un record con una silla de niño y Dersu Uzala nace en la mitología de mis hijos, un cazador que sólo temió a Amba aunque murió a manos de un ladrón rastrero. Mis hermanos pequeños también lo recuerdan, el hombrecillo de piernas arqueadas y ojos rasgados que con un disparo certero cortó la cuerda pero salvó la botella y a los que pudieran pisar los vidrios rotos.
Mi corazón viaja hasta Asturias, donde tus hijas friegan y pulen tu aposento de estos años, también a la sombra de noviembre, mientras urdimos encuentros que nos darán amparo y un confort de lana. Nosotros somos nuestro propio refugio, construido con los ladrillos del cariño y la argamasa de una mano cálida cogida a otra mano, algo más fría, pero también nuestra.
Buscamos un charco azul como un ojo enorme que mira al cielo entre los farallones de color naranja que nacen bajo un castillo. Recojo una fotografía preciosa llena de madres e hijos, de pañales y juguetes, en la dulce sombra de un jueves de noviembre. Batimos un record con una silla de niño y Dersu Uzala nace en la mitología de mis hijos, un cazador que sólo temió a Amba aunque murió a manos de un ladrón rastrero. Mis hermanos pequeños también lo recuerdan, el hombrecillo de piernas arqueadas y ojos rasgados que con un disparo certero cortó la cuerda pero salvó la botella y a los que pudieran pisar los vidrios rotos.
Mi corazón viaja hasta Asturias, donde tus hijas friegan y pulen tu aposento de estos años, también a la sombra de noviembre, mientras urdimos encuentros que nos darán amparo y un confort de lana. Nosotros somos nuestro propio refugio, construido con los ladrillos del cariño y la argamasa de una mano cálida cogida a otra mano, algo más fría, pero también nuestra.
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