03 octubre 2007

Pixín

Saconita guarda prueba gráfica del milagro del mar: un pez feo, cabezón y bocazas. Vive en la semioscuridad pero el sábado iluminó nuestras caras. Purísima, con su humildad legendaria, posó en la encimera una bolsa repleta de lomos de este Lophius, latinajo excesivo para una carne de algodón, supurante de jugos evocadores de mejores días.
Sólo una princesa puede ser cama para tal maravilla. Así el pez enjoyado con sal, la pimienta negra recién molida (un matiz nada más), embadurnados los trozos con aceite virgen extra, depositados sobre la princesa un momento nada más, el de las apresuradas carreras hacia el salón, hacia la ceremonia congregada alrededor de la mesa baja.
Recordamos el norte con su pixín, con el jugo de Menéndez, el queso de la Peral, los chorizos a la sidra y los criollos a la plancha, los montados de berros y tomate sobre queso de cabra, la mermelada de pimientos, la salsa de soja, el rollo de pechuga con queso azul y jamón cocido.
Damos cuenta de estos manjares con un ojo mirando a Harlem y con el otro pensando en la niña sin nombre que ya vendimió con su madre.