Estos días
Converso con Billy Wilder y acompaño a Kurt Wallander por una Suecia desconcertada, casi tanto como esta España que nos cuentan se deshace en jirones de bandera y despidos de poetisas.
Hice un viaje relámpago rodeado de relámpagos y el McDonnell-Douglas es una carroza que emborrona mi iPod, que satura mi entendedera, rala y triste como una habitación de hotel en el piso catorce. Recorrí Madrid bajo la lluvia, en el coche de un Asturiano en Madrid. La tecnología conecta a un asturiano tras otro cuando navegamos a sotavento por el Paseo de la Castellana, inundado de prisas, vaho y coches. Cené muy bien, en compañía mejor, hablé con I., quedamos para más adelante, nos azotamos melancolía y vino bueno. Estuve en un templo de recuerdos, a dos alturas, con escalera de caracol y juguetes apilados por las esquinas, bajo una lluvia descomunal, atronadora e inmisericorde. Ví a Julián en una fotografía, y asumo que hace año y medio que no está. Subimos otra vez al coche, con un hombretón recio, como de Logrezana, para perdermos en un Scalextric adornado con radares y brillos.
Madrugo para recorrer una ciudad que se despereza entre el meteoro y la crisis, y en un taxi con vistas a la telebasura hago memoria del último whisky que compartimos, entre aromas de mar y un abrazo apresurado.
Malditas fotos, ofrecen recuerdos y los cobran bien caros. Las odio y las necesito. Escriturando nuestro pasado y apalancando nuestro futuro, tan imprescindibles como dolorosas. Malditas sean.
Etiquetas: viaje
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