La Llera
Un camino abarrancado al lado de la carretera desciende presuroso, serpentea entre los árboles con las roderas acosadas por el verde tenaz. Un requiebro apto para vehículos de menos de cinco metros de largo te deja allí, en esa sala capitular construida con manzanos, ciruelos, perales, la fruta toda. Aparece el contenedor azul, arqueología industrial en una tierra que queda para los museos, los centros de interpretación y las casas llamadas de turismo rural. A su lado se erige la casita amarilla, con su altillo estilo Casa Gallego y ese espinazo de madera levantado a pulso. Hay una sepultura para la naturaleza muerta y también una piscina azul, limpia como el alma de su guardián, tanto que si te asomas puedes ver tu propio interior, ése que goza viendo a los niños trotar subidos a un caballo de que no se mueve; que disfruta oyéndolos bañarse sin más compañía que dos truchas; un casino para sus espalditas inclinadas jugando a las cartas en un tapete verde que su vez los cobija, los protege, los calienta a todos.
La Llera es un cantizal sereno y limpio, verde a rabiar, irrigado sin piedad, feraz como ninguno. Nuestra gastronomía explota aquí sincera y oportuna. Una excusa para venir y para no irnos. Un tótem artesano al que dedicamos fuego y agua, tiempo y salero. Las tortillas de Nely, lechazos deshechos en chuletillas, paellas como soles, millones de empanadas, corderos a la estaca, riadas de chimichurri, quesos veteados en azul, lomos de San Martino, chorizos por doquier, pasteles y pasteles. Y beber. ¿Quién hará inventario de lo que nos bebimos aquí? ¿quién lo hará de cuánto nos reímos?
Llevamos años despidiéndonos de este lugar sin igual, pues más allá de expropiaciones absurdas e injustas, siempre supimos que los tiempos pasados aquí fueron un regalo con fecha de caducidad, un recordatorio de que la felicidad es un paréntesis escondido entre los embates de la vida. Sólo vive lo que perdura en el recuerdo: la Llera existirá siempre.
Llevamos años despidiéndonos de este lugar sin igual, pues más allá de expropiaciones absurdas e injustas, siempre supimos que los tiempos pasados aquí fueron un regalo con fecha de caducidad, un recordatorio de que la felicidad es un paréntesis escondido entre los embates de la vida. Sólo vive lo que perdura en el recuerdo: la Llera existirá siempre.
dedicado a G. y a N.,
excelsos anfitriones que hicieron de
cada una de las visitas a la Llera
una demostración de lo que puede ser el paraíso
excelsos anfitriones que hicieron de
cada una de las visitas a la Llera
una demostración de lo que puede ser el paraíso
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