14 mayo 2007

Cerca del paraíso


Camino del arco iris discurro por la cicatriz caliza. Montado en la bala plateada le resto otro día al hombre lobo. Así se diseñan tres días en el paraíso, o cerca de él. Los hombres crean un entorno nuevo con el océano capturado y el resultado es emocionante y patético a partes iguales. Un tiburón toro, dos nutrias y un pez payaso comparten una absurda comunidad de vecinos con una cuota llamada prisión a perpetuidad. Las olas son falsas, los pingüinos de carne y hueso y los gritos de los niños la única verdad palpable.
Pasa un día y la playa me presenta un espectáculo inédito: mil surferos con trajes de neopreno color cobarde, un niño con bañador azul turquesa y una niña con medio bikini naranja. La escena la componen también un padre en azul marino y rojo y ella mirándole al mar a los ojos. Y el océano se ve reflejado ahí y saluda con olas de barba blanca y sabor a gambas a la plancha.
Mientras tanto un banderillero bueno se escurre por el traje de luces y yo voy entendiendo su dedicatoria. El libro se rindió entre mis manos convertido en un sello con lacre rojo y en un reclamo más para volver a Nueva York, quizá con el hombre de Huete y todo.
Mi corazón remonta el litoral, surca el bosque, vuela por encima de las montañas, directo al reino del pimentón. Quiero llevar un viento cálido y anestésico allí donde el futuro yace prisionero en una cárcel de aluminio y cristal con cámara. Ofrezco lágrimas como puños y la fuerza de mis torpes brazos asiendo la nada. Es todo lo que tengo.