07 mayo 2007

Sonrisas

El sábado es una mermelada de manzana como un adoquín dulce y rotundo y los mutantes disparan la imaginación hasta lograr el cruce perfecto entre Spiderman, Lobezno y la Antorcha Humana. Sólo así podemos aguantar la tarde hasta que llegue el fútbol, espoleta de la rabia infantil y el recuerdo, una vez más, del capitán Blanco, que murió coronel. Hacemos inventario de lo que fue Nueva York para dotar un viaje al encuentro de los rizos y las camisas africanas, y la tarde morirá acabalgada en un bocadillo de jamón con sus rodajas de tomate.
El domingo me regala la sonrisa de una niña con coletas que se columpia satisfecha empujada por su padre. Caminamos por la ciudad gris recién dorada por la catarata de la luz de mayo. Escucho gritos de admiración al paso de la niña con chaqueta azul turquesa y leotardos de lana. Leopardín quedó vigilando Fort Apache y es Blanquita la embajadora del reino de los animales. Venimos de celebrar un cumpleaños dedicado a la entrega con el rabillo del ojo petrificado en las muletas. Miles y miles de niños alborotan un parque con nombre de guerras pasadas y nosotros enfilamos el camino de Innisfree, allí donde el can Cerberus es un gato sin uñas con nombre de tigre coreano. Un lugar que como todos los territorios míticos tiene su propia geografía, gastronomía y literatura. El sofá de Fósforo-8 es una chaise-longue donde chisporrotean las palabras y las monedas de oro. El domingo se nos muere abrazado a Phillip Marlowe y tú y yo afrontamos la semana cogidos de la mano.