Sillas y medallas
El viernes hablé con un hombre de ojos azules, libre y generoso. Después, un mundo extraño, escarabajos carnívoros bajo la capa amable de las verjas blancas y las barbacoas de los domingos. Los niños saludan mimosos desde el tatami de La Milagrosa y nuestros brazos se mueven frenéticos para corresponderles. Un padre recuerda a otro padre moviendo los brazos frenéticos y aquella vergüenza infantil es ahora cariño y orgullo. Con las medallas al cuello buscamos sillas con brazos y yo me compro El laberinto griego. Un recorrido desde el paraíso del mueble feo hasta la milla de oro pasando por los barrios duros y el orgullo de estrenar pantalones en sábado.
Promesas de menú cerrado en familia y una exposición de cerámica que mostrará los prodigios que las manos pequeñas son capaces de extraer de un barro antiguo y frío. Me enfrento a cuatro días por cuenta propia y el horizonte desdibuja una caldera que morirá y una ventanilla que guiña un ojo.
<< Home