Desde la ventana
Torrefacto por el calor y con nueve pisos en mis piernas veo una ciudad gris desde la ventana. Iglesias y conventos resisten el golpe de las construcciones que asolaron el siglo pasado, el de las luces y las sombras. Al fondo, en mi colina, una hilera de farolas con luces de sodio delinea una serpiente que no es de fuego. Estoy en una habitación con casi todas las mujeres de mi vida y siento un alivio extraño, como de trasbordo en una estación extraviada y oscura. Una perla rueda por el suelo y emprendo el camino de vuelta, el que lleva a Fort Apache, allí donde el pasillo es un campo de fútbol y la rebeldía es un niño que quiere marcar el último gol.
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