15 junio 2006

Tormenta

El cielo se quebró en cristales blancos. Un telón de truenos se despendola y los árboles lo saludan jubilosos y un tanto asustados. Viento y agua para espabilarnos tras la euforia. El día siguiente traerá olor a humedad y ozono, y un cielo gris que pesa más de lo que parece.
El país se vuelve tonto con el fútbol. Y las televisiones se encargan de demostrarlo con pruebas ciertas. Caras pintadas, absentismo laboral, saltos y gritos, declaraciones hipertróficas. Oportunismo a raudales en una espiral de color rojo y sonido de bocina de camión. Bobadas, en fin. Sería retórico preguntarnos si estamos dispuestos a hacer lo mismo por leer un libro, ver una película o asistir a un bautizo. Y claro, no me extraña que viendo este espectáculo (indigno de aplausos), don Blas de Lezo se muerda las uñas. Dicen que España ganó, pero se refieren al grupo de muchachos de peinados imposibles que corren tras la pelota, no al país. Seguimos igual, entontecidos por el barullo, con nuestra vida convertida en una dinámica de enfrentamientos, unas veces contra Ucrania, otras contra el adversario político o el rival comercial, siempre contra alguien. La radio escupe una vez tras otra el relato de los goles, vergonzante por excesivo y burdamente teatral. Después de tragarme, como ricino, tres telediarios/noticiarios, no consigo verlos. Tampoco vi el partido, ni lo seguí por la radio. Comí con mi amigo, flaco y oscurecido por la preocupación. Hablamos poco de fútbol, algo más de autores, House, Madrid. Esquivamos el balón y charlamos a gusto sobre nosotros y el mundo que nos rodea.
Somos patriotas, no gilipollas.