Treinta y siete
J., el entusiasmo bajo un tupé rizoso, cumple años.
No sé si a él le parecerán muchos, a mi me parecen poquísimos.
Porque cada año de J. es gloria bendita, o gloria satánica, o gloria pagana, o simplemente gloria gloriosa.
Quiero que cumpla muchos más,
que me escriba muchos mensajes,
que hable conmigo muchas horas,
que me grite, me riña y me abrace,
que grite a F., lo riña y que lo abrace,
que nos acaricie a todos con su trato de seda,
que se suba a los taxis como sólo él sabe hacerlo,
que pida two shots & two beers en aquellos bares,
que me salve más veces,
que coma conmigo,
que beba conmigo ni lo pido,
que fume a mi lado,
que deje de fumar,
que me envíe música y letras,
que lo entreviste Avelino Pistarino,
que se ría y que cante y que toque la armónica,
que venga a verme de la mano de la dulce profesora con botas,
que me reciba cuando vaya a verlo,
que no ceje en sus WoodyAllens,
que se vista de negro,
que no se quite las botas,
que luzca la camiseta de España por los neveros de Manhattan,
que vuelva y que nunca se vaya.
J., primo, hermano, amigo.
Cabrón, cumple muchos más, por favor
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