10 noviembre 2012

Setenta y seis minutos bajo la lluvia



Me detengo en un semáforo. Llueve y llueve. No suena música en este cochecito azul. Esta vez no. Mientras espero el verde me fijo en la calle. Un hombretón vestido con calcetines azules, mallas negras, casaca azul y gorra blanca corre por la cuneta. Sus gafas están empañadas, aprieta el gesto y esquiva un contenedor. Pasa junto al coche y me mira. Lo conozco. Soy yo. El corazón bombea con fuerza y puedo escuchar sus pensamientos. Los míos.

Frío. Humedad. Suelos duros y resbaladizos. Alfombras de hojas rendidas. Barro y agua y césped. Farolas desvalijadas. Coches opacos y sus velocidades. La mujer de Barakaldo, ahora con 'k'. La ilusión empotrada. El cielo gris y sus cien matices. Mis mangas azules. Los charcos fieros. Los pies calientes y la fascitis ahí. Los nudillos rojos y las orejas heladas. Respira, respira. Ladrillos, hormigón y nada. Dónde está el verano. Dónde está la playa. Dónde estás. El puente, la pasarela. La estulticia de los hombres. El río y los piragüistas. La ribera y la cuesta. La pendiente y la bandera. Frío. Humedad.

El corazón. Y el corazón encharcado.

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