17 junio 2010

Mi casa

Vivo en un disco de Neil Young. Desde hace años. Ahora más. Qué importa cuál sea.

Mirando a la cordillera poderosa, coloco mi humanidad a la puerta de una cabaña, en las Rocosas o por ahí. Termina de amanecer. Mi piel respira el rocío helado de estas alturas. Huele a naturaleza. A vida.

La casita está decorada con fotografías, instrumentos musicales y cuadros al óleo. Dibujan un recorrido por la cultura americana desde mil novecientos cincuenta, cuando se inventó la libertad; hasta hoy, cuando vas al concierto de un ídolo infantil/juvenil y te encuentras una gata con picores. Hay una Martin D-28, la de Hank; y dos Gibson Les Paul y una Gretsch 6120 roja. Old Black descansa en el Broken Arrow Ranch, donde aún viven Old Man y señora. Y armónicas a porrillo. No trajimos el piano porque Neil no tiene ganas de andar afinándolo. Cuando sube Larry Cragg la cosa son las guitarras, no hay ojos para más.

La mesa de licores está llena de libros, no queda sitio para las botellas. De eso ya tuvimos. Un ejemplar manoseado de Neil and me y la autobiografía de Marlon Brando, que va de canciones que las madres cantan a los hijos, y de cómo enviar a Sacheen Littlefeather a recoger un Oscar. Y cinco copias de Greendale en cómic, penúltimo aviso de que esto se acaba.

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