Mi casa
Mirando a la cordillera poderosa, coloco mi humanidad a la puerta de una cabaña, en las Rocosas o por ahí. Termina de amanecer. Mi piel respira el rocío helado de estas alturas. Huele a naturaleza. A vida.
La casita está decorada con fotografías, instrumentos musicales y cuadros al óleo. Dibujan un recorrido por la cultura americana desde mil novecientos cincuenta, cuando se inventó la libertad; hasta hoy, cuando vas al concierto de un ídolo infantil/juvenil y te encuentras una gata con picores. Hay una Martin D-28, la de Hank; y dos Gibson Les Paul y una Gretsch 6120 roja. Old Black descansa en el Broken Arrow Ranch, donde aún viven Old Man y señora. Y armónicas a porrillo. No trajimos el piano porque Neil no tiene ganas de andar afinándolo. Cuando sube Larry Cragg la cosa son las guitarras, no hay ojos para más.
La mesa de licores está llena de libros, no queda sitio para las botellas. De eso ya tuvimos. Un ejemplar manoseado de Neil and me y la autobiografía de Marlon Brando, que va de canciones que las madres cantan a los hijos, y de cómo enviar a Sacheen Littlefeather a recoger un Oscar. Y cinco copias de Greendale en cómic, penúltimo aviso de que esto se acaba.
Suena la música y no hay ni luz ni oscuridad. El fuego habla en la chimenea y juro que te amaré siempre, no importan las redes, los anzuelos, los osos hambrientos que se crucen en nuestro camino.
Vuelvo a entrar. Atizo el hogar. Salgo de nuevo. No estoy en ninguna parte.
Vuelvo a entrar. Atizo el hogar. Salgo de nuevo. No estoy en ninguna parte.
Etiquetas: canciones, música, Neil Young
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