El número diecisiete
Veo fotos. Las fotos, las malditas fotos.
Dormitorios, el cuarto de baño, la cocina, el salón. En Madrid. La casa del hombre de Peral. La memoria y la melancolía. Desde la Virgen del Puerto hasta el Santiago Bernabeu, con un ojo en el Paseo de Extremadura. El farallón achaflanado. El ascensor y un portero canoso. La torrentera de vecinos, todos diferentes. Siempre acogidos, refugiados y atendidos.
Escucho el suelo crujir bajo mis pies. La jineta disecada. El calor. Los cantos desafinados en una de tantas Navidades. Las descomunales sobremesas de Año Nuevo. El papel amarillo/anaranjado de las radiografías y los kilómetros de esparadrapo para sujetar medallas y graduaciones de cartón. Una boda bajo un casco peludo y una novia vestida de comunión. El camino perfecto desde ¡Pedro, las zapatillas! hasta ¡Antonio no cena!
La banda sonora. El crepitar de un tenedor hiperactivo agitando millones de tortillas francesas. Los relojes de pared y la versión tintineante de Asturias patria querida, nuestro himno. David Bowie y Alaska. Bruce Springsteen y Mecano. La carcajada de M.A. y los suspiros de M.E. La alegría de tía F. y el hombre de Peral murmurando una canción única.
Refugio, hogar, faro y fonda, estación para quedarse.
Lo siento por los apátridas.
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