26 noviembre 2007

Facetas

Os saludo desde el caleidoscopio de los días que pasan. En un cristal se reflejan mis pies vestidos de blanco, formando un ángulo recto, como Tony Soprano. Levanto la vista y Saconita es una araña negra con un puma en el pecho. El frío disecciona nuestros cuerpos, espabila nuestra mañana de domingo, ésta será el primer premio de la semana maciza. El sábado lo vimos preparar una tortilla y asombrarnos con las fotos del viñedo fantástico. Un niño llora casi por última vez, en unos meses habrá una niña que no se irá de su casa después de recoger los juguetes. No llores, pequeño: el remate de una tarde de juegos no puede ser una cucharada de lágrimas.
Celebramos los dos primeros años de la niña que vino de lejos. Comemos junto a una estufa de hierro, corazón caliente de un pasado que esquiva la caída de la techumbre y los recuerdos deshilachados. Los niños pintan de fiesta el suelo que pisan y distraen mis ojos de las visiones más o menos estrafalarias de lo llaman el futuro. Aventuré un pronóstico sobre MVM y acto seguido la prensa me regala dos intensos poemas con nombre de infancia y Arcadi también se apunta a mi descrédito como adivinador. Ojalá me siga equivocando.
Neil Young escribe, canta, dibuja, comparte otro disco que no puedo oir en el coche color gris exhausto. La portada tiene una estrella, patentada por alguien, copiada de un cielo sin registrar y sin dueño, el firmamento de las ilusiones.
Trece meses y doce días después del gran error subo una constelación al cielo del salón de Fort Apache. Disparo una invitación para celebrarlo y la red es un tubo que chisporrotea ruido e incertidumbre. Como cuando miras a través de los ojos múltiples de las moscas.

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