25 marzo 2007

Segovia

Navegamos por una carretera joven que morirá para dar paso a otra más rápida y más cara. Vemos fábricas relucientes, mares de pinos y océanos de arena, rastros de castillos, montañas con el misal de nieve. En el destino, un acueducto. Ignorantes de los vasos comunicantes, los romanos vomitaron arcos y más arcos para llevar agua, derecho, legiones y hierro.
Coches de color gris y un deportivo negro. Envuelto en esmeralda y rizos el hombre de Huete nos regala la presencia de su flor, y Saconita y yo imaginamos más veranos en Gijón. Buscamos nuestro lago Maracaibo, aquel en el que no brota el petróleo, sólo carpaccios de boletus y cochinillos en raciones y medias raciones. Una riada de gentes como nosotros, simples figurantes de la Historia, nos lleva hasta la catedral, el Alcázar y una promesa de desayuno con el horizonte como un decorado natural y excesivo.
Nos despedimos curando la memoria al frío viento de marzo. El domingo es una certeza y la próxima estación se llama Kabuki.

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