El domingo se desvanece
Se escapa como una luz disuelta entre las gotas de lluvia que no consiguen empapar esta mojama que nos agota el espíritu. Una comida servida alrededor de unas muletas certifica nuestros temores. Mi frente es una chamusquina y en el teléfono me quedo mudo sin llegar siquiera a inventar una mentira. En la playa de la Barrosa, allí donde el capitán Blanco, que murió coronel, campaba como un centauro, un hombre bueno cae fulminado y nosotros nos preguntamos si hay algo que podamos hacer más allá de la frontera del Ebro. Una niña preciosa con un flequillo negro me hace una mueca enseñando los dientes y me descubro una sonrisa supurando entre los mofletes. El heredero clama contra otras muletas, las más inmerecidas, y yo cuento los días que me quedan para volver a Asturias. Este domingo no ofrece noray al que amarrar el barco. Tendremos que pasar la noche al abrigo de las rocas, fuera de puerto, colgados de una duermevela ensopada por la tormenta. Hasta que luzca el sol.
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