Frank Sinatra
Leo Las estrellas de Hollywood por Peter Bodganovich, del director y estudioso del cine del mismo nombre. John Wayne, James Stewart, Marlene Dietrich, Dean Martin, Lilian Gish, Audrey Hepburn, Cary Grant y otros tantos son evocados con cariño, respeto y memoria selectiva por Bodganovich.
Me llaman la atención especialmente Jerry Lewis y Frank Sinatra. El primero aparece descrito como un vendaval de energía creadora, un alma generosa y un fino analista del negocio del entretenimiento. Sinatra es un icono del siglo XX, un cantante y actor que ha trascendido como pocos. Quizá The Beatles, Chaplin y Elvis lo acompañen en ese firmamento de artistas universales. Su vida, en el escaparate público desde los años cincuenta, pertenece al imaginario colectivo, aquel en el que las conferencias telefónicas con Ava Gardner se acompañan al piano, las juergas con el Rat Pack están anegadas de humo e incluso sus ¿relaciones? con la Mafia están brillan a la luz de los neones de los casinos de Las Vegas. Estuvo por aquí, tuvo un rifirrafe con la mejor policía del mundo por un quítame allá esas pistolas, y acabó jurando que nunca volvería por España mientras viviera Franco, como Tarradellas. Apoyó a Kennedy y después a Reagan, y siempre puso por encima de todo la libertad individual, de la que él disfrutó como nadie.
Un artista que luchó por sus derechos contra Tommy Dorsey, que estuvo sin contrato después de llegar a lo más alto durante los cuarenta y los cincuenta, y que se reinventó en Reprise (hogar de Neil Young durante años). Dicen que siempre suena en alguna emisora del mundo una canción de Sinatra, a cualquier hora del día o de la noche.
Lo recuerdo entrañable y frágil interpretando a Maggio en From here to eternity, aquel prodigio de película en blanco y negro con estrellas de colores (Burt Lancaster, Donna Reed, Deborah Kerr, Monty Clift y el propio Sinatra). Se retiró en mil novecientos setenta y uno pero regresó unos años después. Tras un especial fallido para la televisión, reventó el Madison Square Garden en octubre del setenta y cuatro. Ayer lo estuve disfrutando en DVD, The Main Event – Live. Él sólo, subido a un cuadrilátero como un púgil algo fondón y pícaro, con unos ojos azules tiernos y requemados, rodeado por los cuatro costados, cantando como nunca, llevando y trayendo al público de la mano.
Ahora caminamos juntos, siento su respiración y su fraseo perfecto, su dicción inigualable, su estilo, Fly me to the moon, let me play among the stars
Me llaman la atención especialmente Jerry Lewis y Frank Sinatra. El primero aparece descrito como un vendaval de energía creadora, un alma generosa y un fino analista del negocio del entretenimiento. Sinatra es un icono del siglo XX, un cantante y actor que ha trascendido como pocos. Quizá The Beatles, Chaplin y Elvis lo acompañen en ese firmamento de artistas universales. Su vida, en el escaparate público desde los años cincuenta, pertenece al imaginario colectivo, aquel en el que las conferencias telefónicas con Ava Gardner se acompañan al piano, las juergas con el Rat Pack están anegadas de humo e incluso sus ¿relaciones? con la Mafia están brillan a la luz de los neones de los casinos de Las Vegas. Estuvo por aquí, tuvo un rifirrafe con la mejor policía del mundo por un quítame allá esas pistolas, y acabó jurando que nunca volvería por España mientras viviera Franco, como Tarradellas. Apoyó a Kennedy y después a Reagan, y siempre puso por encima de todo la libertad individual, de la que él disfrutó como nadie.
Un artista que luchó por sus derechos contra Tommy Dorsey, que estuvo sin contrato después de llegar a lo más alto durante los cuarenta y los cincuenta, y que se reinventó en Reprise (hogar de Neil Young durante años). Dicen que siempre suena en alguna emisora del mundo una canción de Sinatra, a cualquier hora del día o de la noche.
Lo recuerdo entrañable y frágil interpretando a Maggio en From here to eternity, aquel prodigio de película en blanco y negro con estrellas de colores (Burt Lancaster, Donna Reed, Deborah Kerr, Monty Clift y el propio Sinatra). Se retiró en mil novecientos setenta y uno pero regresó unos años después. Tras un especial fallido para la televisión, reventó el Madison Square Garden en octubre del setenta y cuatro. Ayer lo estuve disfrutando en DVD, The Main Event – Live. Él sólo, subido a un cuadrilátero como un púgil algo fondón y pícaro, con unos ojos azules tiernos y requemados, rodeado por los cuatro costados, cantando como nunca, llevando y trayendo al público de la mano.
Ahora caminamos juntos, siento su respiración y su fraseo perfecto, su dicción inigualable, su estilo, Fly me to the moon, let me play among the stars
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