13 junio 2016

Cincuenta más




En mil novecientos no me acuerdo el año salté desde la escalera de la iglesia de Pola de Lena y aterricé sobre el entoldado de la verbena de las fiestas. Abajo me esperaba María Elena. Lo hizo muchas veces. Esperarme como yo a ella. Algunas colgaba de mi brazo. Otras veces, muchas también, colgaba Mariángeles mientras bajábamos desde Arzobispo Blanco hasta el acantilado de nuestro futuro. Ella y yo sabemos cuántas olas rompieron contra aquellas rocas. Y entre tanto, ¿te acuerdas?, subimos al Mofusu. Un noviembre despiadado entramos de la mano a despedirnos de tío Julio. Fue un honor acompañarte. Te lo agradeceré siempre, como hoy.
Nos hemos acompañado durante estos cincuenta años tuyos y le pido a la vida que nos acompañemos otros tantos. Y mientras, tú te tratas. Te garantizo que Julio, a quien tanto echamos de menos, ni Mariángeles, ni María Isabel ni yo ni los demás lo haremos. Porque sabemos que tú, María Elena, prima del alma, estarás pendiente de todos nosotros como un hada morena y elegante, como una hermana dulce, compasiva, exigente, un ámbar de caramelo como un postre impostergable e irrepetible de esta vida que empezó cerca de un poyete a la sombra de la casa de Josefina. 
Esta vida, María Elena, que merece otros cincuenta años como estos que nos regalaste.
Muchas felicidades.