Pilar, Pilarina
Te debo unas palabras, Pilar, Pilarina.
Cada verano quise ir hasta allí, a Cienfuegos, enfrente de Villar, donde todo empezó.
Pienso ahora que cada visita pospuesta fue un deseo imposible que no pude cumplir. Mi madre lo tuvo claro, visitarte era masticar ausencias y despeñarse por la melancolía: mi madre es más lista que yo.
Quise ir a verte y no pude, no fui capaz. Muchas veces lo dije y fallé. Más veces me acordé y lo lamenté.
Un viaje a media tarde, entre los rayos del sol, las curvas y los árboles y las sombras de aquel cementario lleno de Álvarez. Tu habla asturiana, tan fascinante y evocadora, tus halagos sinceros, tu bondad y tu generosidad.
Te recuerdo llorando con la abuela María Flor, que me enseñó a leer, cuando te arrebataron a tu hijo. Dos mujeres ante el precipicio de lo inexplicable.
Siento mucho que ya no estés. Y que falte Aurina. Que poco a poco nuestro pasado se desvanezca, porque esta vida entre ladrillos y nadas nos obliga a mirar hacia adelante.
Volveré a Cienfuegos a pesar de todo. Pasaré la mano por los muros calientes de tu casa y buscaré, en la ladera de enfrente, el pueblo de Villar.
Mis hijos me acompañarán, como otras veces. Siempre estuvieron dispuestos a venir conmigo. Merecen saberlo. Tienen derecho a saber de dónde venimos. De un valle lejano, a mil kilómetros de donde ahora te lloro, os lloro a todos.
Te debía unas palabras, Pilar, Pilarina.
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