23 marzo 2014

Seis



Hace seis meses me monté en el cochecito azul, conduje seiscientos cincuenta kilómetros y llegué al mar.
Me topé con el azul mediterráneo de tus ojos azules y recorrí una ciudad antigua, silente y ordenada que conoceré corriendo por sus aceras, subiendo al anfiteatro, por la calle de los Caballeros y junto al cauce seco.
Desde la terraza de Fort Tarraco se ve el mar y cada mañana fotografío la playa y algunos barcos que esperan para irse o para llegar aunque nunca definitivamente. Aprendo cosas, leo libros y circulo enredado entre la música de Nick Cave, Neil Young y Pedro Burruezo.
Corro entre pinos, junto al pecio de un acueducto acosado y bordeo el muro del cementerio para llegar al hito que recuerda a los muertos, nuestra especialidad. Busco a Sobotka, comparto fotos de grúas, de desayunos en la playa, de nuestro chocolate después de cenar. Paso ratos en un andén y compongo ensaladillas rusas. Escribo apenas y mi cabeza bulle de letras, de destinos, de futuro.


Os echo de menos y algunas veces me pregunto si este diario no es más que el relato de mi vida entre un obituario y otro.
Ayer, con mi amigo D., recorrí la mecha de arena que va hasta la Punta de la Banya, con el mar a ambos lados, la memoria atrás y los folios en blanco adelante. 
Y entonces, en el escenario brumoso, entre flamencos rosas y nubes negrísimas, me dí cuenta.
Estoy vivo, seis meses después, estoy jodida y deliciosamente vivo.

a C., que me resucitó

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