En resumen
Los días del verano pasan aceleradamente lentos, y antes de que su recuerdo se desvanezca atropellado por los que vendrán, me obligo a regurgitar este resumen apenas digerido.
Tocado con un fez vi bailar sevillanas y escuché a Louis Prima mientras una piscina esperaba en las entretelas de la madrugada. Después me subí un avión y crucé los cielos para aterrizar bajo el nivel del mar. Amsterdam es un espejo en el que mirarnos y también una habitación de techos tan altos como el cielo.
Tumbado vi el cielo que me miraba y erguido me pasmé ante un cuadro de Vermeer. Recorrí las calles, me comí un arenque crudo o dos y encontré la paz encadenada en pequeños patios ocultos al endiablado tráfico de las bicicletas. Atisbé humo y putas y corrí hacia un parque donde comimos a los pies de una estatua. Más al norte, en un autobús con wifi, comuniqué con los míos y vi que el agua estaba por encima de todas las cosas, y que nosotros estamos al lado de casi todas ellas. Compré un libro, un bolso y una armónica. Ví Van Goghs y la opulencia serena, casas con ventanas enormes y la mirada azul de las tierras del Norte que tanto se parece a la mirada azul de las tierras del Sur. Fui autopista de una piedra y porteador tranquilo de las puertas del futuro. Cogí otro avión y volví a nuestro soleado desastre.
Horas después, mis hijos, mi desgarrado corazón y yo nos fuimos a Innisfree, nuestra jungla de cariño llena de comidas exquisitas, vistas al verde y libros de vacaciones para todos.
Corrí al sol y bajo la lluvia, fuimos a la playa a quemarnos como tantas veces, nos abrazamos en una azotea, bebimos bajo la bola espejada, enseñamos nuestras nadas y reímos siempre que pudimos, ya sabéis, como si no hubiera mañana. Estuve en el cementerio, lloré y miré hacia el valle y me di cuenta de lo que debo a unos y a otros, especialmente a vosotros y a tantos. Recibí una llamada emocionante de un banderillero recién padre, esperé una carta que no llegó y vi tantas sombras como luces asomadas entre los árboles de un bosque único. Leí un libro y tus mensajes, charlé con J. sentado en un banco sin estorbos ante nuestros ojos y esquivé una vaca mientras viajábamos camino de una tarde de zapatos rotos.
Días después, mis hijos, mi desgarrado corazón y yo volvimos a la ciudad gris, escenario vacío y caliente de vísperas y amaneceres.
Ahora, vestido de rojo, escribo estas líneas acordándome aún de casi todo.
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