07 julio 2010

Ahora recuerdo


En el garaje vi un cangrejo de río. Estaba congelado en cera aunque su mirada esférica quedó fijada en aquél que lo flanqueó sin saludar.

E hice memoria.

Recordé a la niña que vive sin ces pues las tes le dan el servicio. Y la cocacola de D. a hurtadillas. Una navaja que viaja dentro de una flecha de plástico directa hacia N. La música que crepita junto al fuego, en pleno festival de Biodramina. La catarata de musgo como tsunami vegetal que se desparrama por el árbol que sobrevivió al rayo. Conocí un fotógrafo, cuyos cuadros espero, que viaja con la niña a la espalda sobre dos esquís de la talla cuarenta y nueve. La ruina resistente sobre el río, los bosques irrepetibles, el pánico al regreso. Júrale a tu madre, M., que comiste frente al fuego que habla desde una chimenea, que la montaña suda agua fría en una cueva, que el corzo con setas está buenísimo y que algún día la Vespa amarilla será montura fiel y inagotable. Hasta entonces pasamos la tarde en un cuadro gris, informe, mareante y húmedo. Contando los minutos.




Después, en la misa pagana de la religión que no tiene dios, un banderillero con chubasquero rojo se subió a mis brazos y juntos fuimos un derviche azul y rojo gritando hasta agotar la voz. La pregunta flota en el aire: ¿quién tiene el teléfono de España? Es para darle felicitaciones desde la ingenuidad de un niño fuera de percentil.

Y al día siguiente, el estupor del regreso al mundo calcinado y amarillo donde esperamos un prodigio vestidos con tres camisetas rojas.


dedicado a Q., M., D. y L., a Q., e I., a N. y T., a M. I. y A.
y a ti


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