27 mayo 2010

Hace días

Crucé Medina de Rioseco, contemplé el letrero que señala el desvío de Tonín y llegué a Pajares, vi las montañas jaspeadas de nieve y bajé llorando. Atravesé congestionado una sábana neblinosa y al llegar a la ermita de la Virgen de las Nieves fui libre de nuevo.
El hombre de Peral me invitó a conocer el cierre nuevo y después me derrumbé sobre una tumba gris. Abril será siempre el puto abril, y nunca será aquel mes que parió la primavera. Lo digo yo que reniego de los siempres y de los nuncas.
Nunca saldrá nuestro sol de junio/siempre estarás conmigo/yo seré tu memoria.

Me asomo a este espíritu que boquea mordisqueando el oxígeno de la melancolía. Tengo una foto, estoy en la terraza de un séptimo piso, pantalón corto gris y camisa blanca, tengo dos años. A mi lado, con pantalones de cuadros y camisa amarilla, P.A., mi amigo. Un milagro de la cirugía cardíaca nos permitió compartirlo todo. Cuando el pasado era ayer y el futuro estaba escondido detrás del presente luminoso. Cuando no sabíamos nada de esto. Estuve con D., paseamos por el pueblo y vi una rata. Para que no se nos olvide que no existe el día perfecto.
Abracé a mis maestros, un alud en sus sienes y en las mías, el estupor de la torrentera del tiempo, aquellos noviembres fríos, los veranos perfectos. Dicen que la infancia. Ése tesoro.

Nos sumergimos en la profundidad del tiempo con una alambrada en la garganta. Escuché a Julio durante aquellos minutos que detuvieron los relojes y estrujaron los corazones. Miré a Fernando y descubrí que la esperanza lleva una chaqueta cruzada y un pañuelo en el bolsillo. Los Lidenbrock salieron del centro de la tierra cabalgando un surtidor de vapor y nosotros nos arrojamos a la noche cantando La Internacional en el corazón de la ciudad gris. Volaron los sombreros y se desplomaron pantalones y pantys. Y Fort Apache fue una fiesta. Entre un caldero de ensaladilla Innisfree style e Isidrín que vomitó sidra. El reloj de P. es la prueba de que el tiempo puede ser de goma. Y [XXXXXX XX XXXX]. Traspinedo fue inventado para nosotros, para disfrutar con J., con G. y N. y con N. y T., y con el frescor del mar titilando en tus ojos.



Encima de mi cama no hay Cristos ni Vírgenes, quizá John Wayne, cuando The Cowboys, merezca tal pared. Y en Rocroi, hombro con hombro con SadWing.

Mientras tanto, Mateo Escandón está en Manhattan, mi corazón vive en Harlem, y yo sigo en ninguna parte.