18 noviembre 2009

Novedades

Escucho Hyperborean y hago recuento de mis horas.
Trasteo con Mr. Hawk mientras las luces cuelgan de la niebla. Me asomo a la ventana digital buscando un acomodo digno para mis fatigadas carnes. Y no lo hay. Me visto con mis perennes pantalones de cuadros, me calzo mis pies negros, recojo la Gerber, el teléfono y salgo a la calle. Me chuto Nick Cave y subo a la colina. Compro un cuaderno de Rubio, el nueve, el de sumar y restar llevando. Combustible para la nena, carbón para su intelecto, madera para su locomotora. Cruzo el río a pie, palpando la madera. Respiro la mañana, añoro la noche.
Los árboles ponen los pies en polvorosa y sus hojas caen en llamas sobre la playa de granito. Sobre la puta piel de esta ciudad gris. Compro un libro, hojeo otros, sueño despierto. Me tomo un café con ella, a quien todo le debo.
Regreso a Fort Apache entre mil jubilados y el sol del mediodía. Veo a un sabio que pasea a su nieta y me saluda alegre y yo lo agradezco forzando una sonrisa.
En casa me desvisto y fabrico un menú del día. Recojo besos en la esquina del pasillo y me invento la historia del espagueti gigante.
Voy y vengo en la tarde que no existe y saludo a un abuelo apresurado que también es sabio y que viaja con una bolsa de plástico dentro una bolsa de plástico. Escribo una dedicatoria y envío ciento veinticuatro páginas a Harlem. Esbozo la segunda parte del menú del día y esquivo bobadas vomitadas por la radio de la cocina. Viajo gratis a Bali y a San Petersburgo y me pregunto cuándo conoceré Lexington Avenue.
Me acuesto enchufado al iPod. No hay novedades.