19 septiembre 2009

En la ciudad gris

En la ciudad gris no hay cargaderos de carbón que acechen tras la arboleda tremenda.
En la ciudad gris no se coronan los pastos de musgo que nacen en los tocones resucitados de los árboles eternos.
En la ciudad gris no hay una calle que me lleve hasta vosotros, entre el jadeo y el recuerdo de cuando estábamos todos.
En la ciudad gris no hay un árbol tras otro, ni siquiera uno sí y otro no.
En la ciudad gris no hay sidra en los bares.
En la ciudad gris no hay un río con nutrias, ni un pasadizo frondoso que nos lleve a casa de Pilarina.
En la ciudad gris no hay una barra en la que el hombre de Peral lee obituarios escritos por Julio sobre hombres de vidas fascinantes.
En la ciudad gris no hay un sendero que me lleve a Santa Cristina pasando por les Campes.

En la ciudad gris hay oficinas llenas de estatuas.
En la ciudad gris patinamos sobre una piel de granito.
En la ciudad gris el río es la esperanza del suicida, el escenario de un barco de palas que esquiva una bola de acero, es el anfiteatro de unos niños que orinan a los novios que reman aguas abajo.
En la ciudad gris espero a N. sentado en una terraza.
Y no llega.