18 septiembre 2008

Visiones

Leo El asesino de la carretera. Paladeo sus paranoias. Trago su mensaje. Metabolizo sus fantasmas. Vivo en el horno crematorio que es la mente del asesino. Su cerebro es un cine de los de antes, de pantalla descomunal y sesión continua. Se proyectan filias, parafilias y crímenes. Documentos TV versión LA. La ciudad/mundo y los experimentos de la química, la soledad y el fracaso. Charles Manson y los Beatles. Cenicienta y la Dalia Negra. Gram Parsons y Liberace.
La mirada oceánica es un emblema de salud y deseo y me veo a mi mismo viendo esa visión, viviendo tras esa ventana. La catarata de uves en una frase. El estupor de la piel. El espectáculo de la carne. A mi lado, lo de Stendhal fue un parpadeo.
Me asomo a los ojos de la nena mientras dibujo para ella y para el heredero la peripecia de un conejo campero que se juega la vida a la vera de Carrefour. No era el conejo Pepe. Papá, si hubiera sido el conejo Pepe, ¿lo hubieras subido a tu coche?. Pues claro. Mis ojos en sus ojos. Mi vida en la de ellos.
Mi cerebro es un cine pequeño, como aquel Groucho al lado de San Pablo. Fotogramas gastados y Dustin Hoffman muriendo de viajante. Proyecto lo que tengo y lo que no. Escucho lo dicho y lo que está por decir. El destello a veinticuatro por minuto me ciega con los ojos abiertos.
Veo visiones.