Ochenta y nueve
Y aquí seguimos. Atónitos ante el espectáculo de tus ganas de vivir. Un rayo rojo te quitó el velo de los ojos, faros para siempre de la entrega total, del cariño completo, de la fidelidad inquebrantable. El genio no se apaga en la lectora voraz que vive atascada entre horarios sin horas y madrugadas en blanco y negro. Sigo siendo niño gracias a ti, recordando aquellas mañanas de diciembre en las que, como un Arturo tímido y soñador, desensartaba espadas de plástico en California-47. Te debo que me rescataras de las alucinaciones de la fiebre, aquella vez, en Fósforo-8, que me enseñaras a leer para poder reñirme por leer el periódico a los cuatro años, que me acicalaras al salir de casa, que viéramos a Papa Nöel. Las sobremesas en Padre Isla-5 fueron una escuela en la que nunca pude aprender el método para ser millonario, pero ahora nado en la abundancia de una vividura satisfecha alrededor de ti y de tu energía y de tu capacidad de fabulación y de tus reflejos.
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