25 agosto 2006

Alicia

Visito la casa de la Cañada para conocer a la sobrina que vino del país de la seda, donde nacer mujer es un riesgo y ser hombre una licencia corsaria. Sin embargo, que Juan y Pilar se conviertan en tus padres es una fortuna. Me abre la puerta el padre debutante, susurrando que la niña duerme, que tiene el horario cambiado, que si quiero verla. Está tiernamente echada en la cuna, la habitación huele a niña feliz y a padre temblón, enfrentado de golpe al peso de los cachorros en los brazos, al tráfico de sillas y de cunas, a la satisfacción. Una criatura descansa boca abajo, soñando los días apresurados que lleva vividos, imaginando un futuro erguido, con primos, tíos, abuelos, Navidades, piscinas, juguetes por doquier, abrazos y besos, el colegio, las letras y los números, la vida entera a su disposición.
Nunca más boca arriba, para siempre en la tormenta de estímulos en que sumergimos a nuestros pequeños, estos planetas alrededor de los que giramos como satélites tontos, con la baba presta y las madrugadas ya siempre sobre un pie, levántate que la niña llora, no quiere comer nada, por qué toserá, me la llevo al médico. Nada que no cure el afecto tierno, el abrazo a tiempo, la riña prudente, la sonrisa gratis. Alicia los tendrá todos, seguro.
Que sea enhorabuena.