05 agosto 2012

En un coche azul



Dejo atrás un país en el que las diosas llevan pantalones verdes y los acebos escoltan los sueños de las princesas. Las rosas crecen entre las piedras grises de la ciudad gris y los trashumantes de la Historia buscan su despeñadero en una llaga de caliza.
El coche azul. Sus diminutas ruedas. Un coche funerario que transporta maletas. La música. Yo. Karma to burn. Todo el viaje. El calor que acosa las ventanillas que son los ojos de un tiburón que mira un arrecife que quema.
Hago fotos. Me hago fotos. Me la juego. La raya roja escupe respuestas y traga preguntas. El coche vuela sin despegarse del suelo y no es más que una ensoñación que roza el suelo. Sigo y sigo.
Escapo queriendo regresar. Huyo entre el agosto dorado que arrasa los cereales y llego llorando hasta las veredas fragantes que aplauden al hijo que gritó que no regresaría. 
No soy yo. No soy nadie. Soy nadie. Soy o no soy. My name is Nobody. Conduzco aterrado, esquivo pelotas de goma y versos que no riman.
Leo letras. Veo fotos. Y no oigo cantar.
Sigo en Karma to burn. En mis canciones. En el refugio. En la corriente de aire que ruge entre las ventanillas abiertas. Mis obsesiones que bailan entre un violín sincero y una guitarra osada que se acoplan al redoble de tambores que campa por mi cabeza, mi caverna, mi calabozo. Anfiteatro de mis pesadillas, de mi futuro borroso, de mis sueños insomnes.
Atravieso los territorios devastados de mi infancia, los paisajes verdes y violetas del porvenir silente. Y busco una escapatoria entre la caliza rotunda, densa, necia, real. Mientras esquío entre luces rojas la música desborda el coche y me despeño hacia las esmeraldas.
Braceo entre la niebla, respiro entre la lluvia, busco el paso en la frontera que no quiero atravesar. No hay gaviotas que chillen ni abejas que saluden a la primavera. Los anaqueles que custodian mi memoria atesoran polvo y papeles amarillos.
Las ganas de llegar. Las ganas de volver. 
La promesa de un abrazo.

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