17 octubre 2010

Sin techo



Pasamos la tarde sin techo, entre el arrullo del viento y el cielo que soñó John Ford. Otra vez.
Con las gorras caladas y un ojo en los radares recorrimos el atardecer entre nuestro regocijo y sin manos bastantes para tanta tecnología.
Escuchamos a Neil Young, a Van Morrison y a Johnny Cash. Tomamos un café apresurado al pie de la torre de control y soñamos un viaje, otro más, al territorio del verano eterno.
El cielo y la tierra como dos capas que aplastan nuestros días de hospitales y obstáculos, nuestras semanas de pesares y números, nuestros meses de nostalgia y moho.
El avión y el coche como dos metáforas de la puerta abierta, de la salida al aire puro, de la salvación tan completa como imposible.
De noche, después de abandonar la cúpula infinita nos recluimos como mineros chilenos a cenar bajo vigas tan cercanas como contundentes. A celebrar el martilleo egoísta del tiempo, sin parar de reírnos y de recordar.
En aquel sábado en que no tuvimos techo.