Verano en Laxe. Quinta edición
La carretera muestra repentinamente el arco de la playa, majestuosa en su blanco caolín. El tío de alta velocidad y señora nos regalan un quinto verano perfecto. Meteorología suficientemente favorable, presencia turística de baja intensidad y gastronomía con sello Galicia Calidade.
A medio chiste de la playa izamos la bandera en este Fort Apache blanco e impoluto, donde la luz se vuelve naranja en el salón. La casa va acogiendo nuestros recuerdos año tras año, nutridos por las sonrisas y los enfados de nuestros hijos, relojes implacables de un tiempo hermoso y que huye de nuestras manos.
En plena crisis inmobiliaria y más reproducimos a escala Monopoly la batalla por las grandes calles y avenidas de Madrid. Una partida que se alargó durante días mientras por la cocina desfilaron sardinas, chuletas y pimientos.
La playa, adornada con dunas y socorristas, fue nuestro campo de juegos, paseos y baños. Los niños batieron todos los récords de permanencia en el agua. El premio nos los dieron ellos a nosotros con el muestrario de sonrisas y carcajadas más bello que se recuerda.
Los periódicos hablan mucho de la nada. Los libros y sus personajes rellenan los huecos en una convivencia que no conoce horario. Frank Bascombe, Oscar Wao, Méndez, Morava, Llewelyn Moss. Cine y televisión. El panda Pó y el príncipe Caspian. Jack Bauer y Vic Mackey. Piecito y las trillizas de Belleville.
Y una y mil veces el P.R. G-70, con su traza blanca y amarilla, junto al mar azul, gris, verde. El faro y la playa de los cristales. Las rodillas laceradas y las mil fotos. Vimos saltar caballos y comer calamares con dos tenedores. El reflejo del sol en las casas de la ladera. Los batanes del siglo dieciocho y, otra vez, el milagro del agua. Un castillo con una invitación a firmar el Manifiesto por la Lengua Común.
El verano.
A medio chiste de la playa izamos la bandera en este Fort Apache blanco e impoluto, donde la luz se vuelve naranja en el salón. La casa va acogiendo nuestros recuerdos año tras año, nutridos por las sonrisas y los enfados de nuestros hijos, relojes implacables de un tiempo hermoso y que huye de nuestras manos.
En plena crisis inmobiliaria y más reproducimos a escala Monopoly la batalla por las grandes calles y avenidas de Madrid. Una partida que se alargó durante días mientras por la cocina desfilaron sardinas, chuletas y pimientos.
La playa, adornada con dunas y socorristas, fue nuestro campo de juegos, paseos y baños. Los niños batieron todos los récords de permanencia en el agua. El premio nos los dieron ellos a nosotros con el muestrario de sonrisas y carcajadas más bello que se recuerda.
Los periódicos hablan mucho de la nada. Los libros y sus personajes rellenan los huecos en una convivencia que no conoce horario. Frank Bascombe, Oscar Wao, Méndez, Morava, Llewelyn Moss. Cine y televisión. El panda Pó y el príncipe Caspian. Jack Bauer y Vic Mackey. Piecito y las trillizas de Belleville.
Y una y mil veces el P.R. G-70, con su traza blanca y amarilla, junto al mar azul, gris, verde. El faro y la playa de los cristales. Las rodillas laceradas y las mil fotos. Vimos saltar caballos y comer calamares con dos tenedores. El reflejo del sol en las casas de la ladera. Los batanes del siglo dieciocho y, otra vez, el milagro del agua. Un castillo con una invitación a firmar el Manifiesto por la Lengua Común.
El verano.
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